Un corazón dividido

By Carla Rivadeneira

Mientras escribía esta reflexión, pensaba en todos los buenos y malos momentos por los que he tenido que pasar después de emigrar a este país. Recuerdo con un poco de nostalgia los primeros días en la escuela primaria sirviendo como traductora para mis padres, en mi inglés rústico, y esa angustia que cada vez me desesperaba más al darme cuenta de que no podía mantener una conversación fluida. Pasaba noches enteras llorando con la luz apagada en mi habitación porque mi corazón no podía con la pena de haberme ido (y no por propia decisión) del lugar en el que había crecido y llamaba hogar. A mi mente viene el divorcio de mis padres, razón “fundamental” por la que mi madre decidió lanzarse a la aventura incierta de emigrar hacia los Estados Unidos. Hace algunos años creo que todavía no podía perdonarle el hecho de que ella hubiera decidido por mí algo tan importante, pero ahora, con la madurez que he adquirido con el paso del tiempo , creo que la entiendo. Para ella tampoco fue fácil dejar su vida entera atrás en búsqueda de su “ideal familiar” junto a mi padre en Estados Unidos. 

Ser una emigrante, en la ciudad que nunca duerme, es casi como llevar una doble vida. Yo soy Carla Viviana, pero, en Nueva York soy Carla y en Guayaquil soy Viviana. Carla es casi como una doble identidad. Es mi otro yo. Es la que ha aprendido a sobrevivir cueste lo que cueste en este país. Carla es la seria, la que casi nunca sonríe pero que lo sigue intentando. Carla sigue siendo la que traduce para su madre en citas médicas y asuntos legales. Carla es la que va a la universidad y habla en inglés, un idioma que la hace sentir extraña y lejana.  Carla es ese escudo que Viviana antepone para que, a pesar de los años, Viviana no se derrumbe, por momentos, porque extraña muchísimo la tierra que dejó hace catorce años atrás. Carla es la que trabaja para que Viviana pueda comprarse un tiquete aéreo y Viviana regrese, como lo hace cada año, al lugar en el que siempre ansía estar: Guayaquil. Carla es todo lo que yo no quiero ser pero que tengo que aparentar porque la vida en Estados Unidos es así. La vida del emigrante es así. Todos venimos en búsqueda de ese mal llamado “sueño americano”. A veces no es sueño, a veces se torna en una pesadilla de nunca acabar. 

Ser emigrante es tener el corazón dividido, por ratos, en dos. Hace dos meses nació mi primer sobrino y mi corazón casi estallaba de emoción. Mi hermano decidió llamar a su hijo Julien Lucius y este nombre por un momento hizo que me sintiera un poco distante de él. Mi sobrino es norteamericano y hablará inglés. Su madre no habla español y mi hermano solamente utiliza su primera lengua para comunicarse con mamá. Julien nació aquí y tal vez jamás entienda lo que es añorar constantemente otra patria, otra tierra. Y mi corazón ahora está más dividido. Nueva York, después de tirarme y escupirme, me ha regalado el amor más bonito y puro que he conocido, pero Guayaquil es el lugar al que siempre quiero regresar. Y después de todo, ¿migrar es eso no? Es para siempre ya tener un corazón dividido en dos.