Momias y Dioses: Los espíritus de las montañas que rondan NYC

By Catalina Paz

Las momias más antiguas del mundo, denominadas Chinchorro, nacieron a unos aproximadamente siete mil kilómetros, entre la frontera de lo que actualmente se denominan Perú y Chile. Hoy, ellas han vivido casi siete mil años; y su historia no se limita a las fronteras del continente sudamericano. Como millones de personas, han viajado desde la Cordillera de los Andes hasta la Ciudad de Nueva York.
Estas momias han habitado tanto el desierto como la ciudad, siempre cargando consigo un significativo bagaje: el de su historia, la de su pueblo y su legado. La voz del culto andino se expresa a través de la adoración y el canto a diversos dioses; hacia, principalmente, Inti, el dios del Sol, y a la Pachamama, la Tierra, concebida como el Universo en su totalidad, vinculada estrechamente al territorio y sus raíces.
Si recorremos lo que puede presentar la experiencia de inmersión cultural en Nueva York desde una visión ajena, es interesante escuchar voces andinas en el tema, tal como lo plantea la poeta chilena Gabriela Mistral: “Mi cuerpo recibió la impresión de New York. Fue una destrizadura de mis ojos y de mis oídos. Como todo organismo poderoso, como los monstruos, coge y domina. Tal vez no haya otro lugar del mundo donde el individualismo padezca más y sea más heroico”.
Con esta afirmación, se le da cabida a un gran cuestionamiento, el de: ¿Dónde podemos hallar el amor por la Pachamama, y el espacio para el culto, en Nueva York, la ciudad más rica del mundo, insigne del avance industrial? Esto, si es que en primer lugar, hay una posibilidad de realmente hacerlo; entre multitudes de voces, y una cultura orientada al crecimiento económico: ¿Dónde están nuestras almas? ¿En qué espacios se manifiestan los dioses de la tierra?
Las Momias Chinchorro, reconocidas como Patrimonio de la Humanidad por ser vestigios relevantes de las antiguas culturas andinas, nos permiten observar prácticas y creencias espirituales características de sus orígenes. Según estudios de la Universidad de Chile, la momificación era una práctica cultural que no discriminaba entre clases sociales; todos eran momificados, y los muertos no eran enterrados, demostrando una intensa necesidad de arraigo al plano terrenal.
Estas momias visitaron la ciudad por obra del American Museum of Natural History de Nueva York, en una exhibición titulada “Designed for Eternity: When is a mummy not a mummy?”, durante los años 2017-2018. A pesar de haber concebido una relación trascendental con sus propias tierras en vida, fueron expuestas en una tierra ajena e inimaginable, a miles de kilómetros de distancia. Probablemente, estas doce momias nunca concibieron una fuerza tan imponente como la grandeza del desarrollo económico y productividad humana de la ciudad “que nunca duerme”.
Las fuerzas mayores que sí concebían, permanecen como un milenario enigma, encerrado en una fascinante mezcla de mitologías y leyendas. Sin embargo, los descendientes de las culturas andinas, cuentan con una definida cosmovisión centrada en Inti, el dios del Sol. La espiritualidad y religión se desarrollaron en una relación sumamente compleja con su sociedad; ya que apuntaban constantemente hacia una colectividad. Esta composición colectiva encuentra su núcleo en una creencia de idolatría compartida: la supremacía de Inti, símbolo del poder sagrado y de la fuente de la vida.
Este culto se mantiene vivo hasta días presentes. La manifestación espiritual se expresa en un festejo anual, el Inti Raymi, o La fiesta del Sol. Una celebración para danzar en armonía con la Pachamama, invocando a la hermandad entre pueblos y diferentes razas. En Nueva York, se ha celebrado desde el 2001, congregando a cientos de personas bajo el lema “Sin banderas, sin fronteras”.
La fundadora indica la construcción de la sensación de arraigo cultural, a veces extraviada desde la lejanía de la Cordillera. Ahonda en esto, indicando que “No sólo somos mano de obra, somos herederos de un cosmos de sabiduría ancestral y debemos enorgullecernos de nuestras raíces fuertes”. Así, se establece como una fiesta de encuentro de suma convicción espiritual y cultural, en el que convergen una serie de expresiones, como lo son prácticas y ritos de curanderos tradicionales, festivales de cineastas indígenas, ceremonias de coca, entre otros. Es una manifestación moderna de una supremacía religiosa milenaria, que logra romper con barreras de distancia física, cultural y social; e ilustra un conjunto de resignificancia y redescubrimiento, al canalizar la diversidad de voces andinas en una unión.
Los dioses y las momias andinas se han trasladado miles de kilómetros, desde las cumbres de las montañas, a los rascacielos de la ciudad. Aún más, son también viajeros del tiempo. Una cosmovisión que trasciende parámetros terrenales, y justamente, de eso se trata.
Voces del Inti Raymi en Nueva York expresan como, durante el proceso de inmigración, la identidad puede diluirse generación tras generación hasta perderse. Festejos como Inti Raymi nos dicen de dónde venimos y nos guían hacia dónde ir.
Este discurso, escapa al imaginario de las palabras; pues se cuela en nuestra realidad, consolidada en actos de enriquecimiento cultural que abren la puerta a los fantasmas del pasado, para cuestionarnos cuáles son las enseñanzas que nos han legado para el hoy e, inclusive, para el mañana. En la dirección de la espiritualidad en el mundo actual, Mistral apuntaba hacia un deber colectivo: “Espiritualicemos el mundo, apreciando a todo individuo por su valor real, el de su alma, y desdeñemos la riqueza insolente, cuando no tiene otro cimiento que el de una posición”.
Una consideración que nos invita al conocimiento de la identidad de tales antiquísimos espíritus situados entre medio del concreto y asfalto de las calles de la ciudad.

Leave a Reply